Los cambios litúrgicos concebidos en el Concilio Vaticano II, llevaron a una mayor participación de los fieles en los ritos, lo que motivó que los espacios al interior del templo fueran modificados.
Se cambió el estilo gótico de las iglesias monumentales -ornamentadas con una mezcla de lo espiritual y lo temporal, lo sagrado y lo profano-, que eran reflejo de poder y prosperidad económica, por edificios más sobrios, austeros y funcionales, que limitan su ornamentación a imágenes de la historia de la salvación.
El templo deja de ser un lugar sombrío, de espacios prohibidos o restringidos, cuya monumentalidad genera una sensación de pequeñez para el visitante; ahora, para mediante el adecuado uso de la luz solar se transforma en un ambiente acogedor, que invita al fiel a participar activamente en la liturgia, representándose a la presencia divida con un halo de luz dorada.
Los pasillos y accesos comunican al altar, para facilitar el acto procesional de los feligreses, lugar desde donde el sacerdote –en lengua vernácula y de cara al pueblo- dirige todos los ritos.
Croquis de la transición de la Iglesia antigua a la iglesia moderna en la actualidad
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